martes, 17 de diciembre de 2013

Arturo Pérez Reverte: lo único que nos puede SALVAR es la educación


Conmigo, o contra mí

Un lector me preguntó el otro día por mi escepticismo político: mi falta de fe en el futuro y mi despego de esta casta parásita que nos gobierna, sólo comparable a la desconfianza que siento hacia nosotros los gobernados: sin víctimas fáciles no hay verdugos impunes. Siempre sostuve, porque así me lo dijeron de niño, que los únicos antídotos contra la estupidez y la barbarie son la educación y la cultura. Que, incluso con urnas, nunca hay democracia sin votantes cultos y lúcidos. Y que los pueblos analfabetos nunca serán libres, pues su ignorancia y su abulia política los convierten en borregos propicios a cualquier esquilador astuto, a cualquier lobo hambriento, a cualquier manipulador malvado. También en torpes animales peligrosos para sí mismos. En lamentables suicidas sociales.


Hace dos largas décadas que escribo en esta página. También, en los últimos dos años, Twitter me ha permitido acercarme a lo más caliente de nuestro modo de respirar. Y no puedo decir que sea confortable. Inquieta el lugar en que una parte de los lectores españoles se sitúan: lo airado de sus reacciones, el odio sectario, la violenta simpleza -rara vez hay argumentos serios- que a menudo llegan a un desolador extremo de estolidez, cuando no de infamia y vileza. Cualquier asunto polémico se transforma en el acto, no en debate razonado, sino en un pugilato visceral del que está ausente, no ya el rigor, sino el más elemental sentido común.


Destaca, significativa, la necesidad de encasillar. Si usted opina, por ejemplo, que a Manuel Azaña se le fue la República de las manos, no encontrará criterios serenos que comenten por qué se le fue o no se le fue, sino airadas reacciones que, tras mencionar el burdo lugar común de Hitler y Mussolini, acusarán al opinante de profranquista y antidemócrata. Y si, por poner otro ejemplo, menciona el papel que la Iglesia Católica tuvo en la represión de las libertades durante los últimos tres siglos de la historia de España, abundarán las voces calificándolo en el acto de anticatólico y progre de salón. Pondré un ejemplo personal: una vez, al ser interrogado sobre mi ideología, respondí que yo no tengo ideología porque tengo biblioteca. No pueden ustedes imaginar cómo llovieron, en el acto, las violentas acusaciones de que escurría el bulto «y no me mojaba». Y es que en España parece inconcebible que alguien no milite en algo y, en consecuencia, no odie cuanto quede fuera del territorio delimitado por ese algo. Reconocer un mérito al adversario es para nosotros impensable, como aceptar una crítica hacia algo propio. Porque se trata exactamente de eso: adversarios, bandos, sectas viscerales heredadas, asumidas sin análisis. Odios irreconciliables. Toda discrepancia te sitúa directamente en el bando enemigo. Sobre todo en materia de nacionalismos, religión o política, lo que no toleramos es la crítica, ni la independencia intelectual. O estás conmigo, o contra mí. O eres de mi gente -y mi gente es siempre la misma, como mi club de fútbol- o eres cómplice de la etiqueta que yo te ponga. Y cuanto digas queda automáticamente descalificado porque es agresión. Provocación. Crimen.

Qué fácil resulta entender, así, nuestra despiadada Guerra Civil. Si ahora no se dan delaciones y paseos por las cunetas, es sencillamente porque ya no se puede. Pero las ganas, el impulso, siguen ahí. Me pregunto muchas veces de dónde viene esa vileza, esa ansia de ver al adversario no vencido o convencido, sino exterminado. La falta de cultura no basta para explicarlo, pues otros pueblos tan incultos y maleducados como nosotros se respetan a sí mismos. Quizá esa Historia que casi nadie enseña en los colegios pueda explicarlo: ocho siglos de moros y cristianos, el peso de la Inquisición con sus delaciones y envidias, la infame calidad moral de reyes y gobernantes. Pero no estoy seguro. Esa saña que lo mismo se manifiesta en una discusión política que entre cuñados y hermanos en una cena de Navidad es tan española, tan nuestra, que me pregunto quién nos metió en la sangre su cochina simiente. Desde ese punto de vista, el español es por naturaleza un perfecto hijo de puta. Por eso necesitamos tanto lo que no tenemos: gobernantes lúcidos, sabios sin complejos que hablen a los españoles mirándonos a los ojos, sin mentir sobre nuestra naturaleza y asumiendo el coste político que eso significa. Dispuestos a decir: «Preparemos al niño español para que se defienda de sí mismo. Eduquémoslo para que conviva con el hijo de puta que siglos de reyes, obispos, mediocridad, envidia, corrupción, violencia, injusticia, le metieron dentro».

Aquest article es va publicar abans que el període que hem estat investigant al seu redactor. La principal raó per la qual l'he volgut compartir, és que mentre veiem el programa Salvados d'en Jordi Evolé, vàrem veure que Arturo Pérez-Reverte tenia una opinió de l'educació molt critica, ja que considerava que aquesta és el problema de tota la nostra societat. Creu en una regeneració de la classe política mitjançant l'educació que les escoles imparteixen. A més a més, a continuació adjuntem alguns Tweets en els que també opinia sobre l'educació. 




Arran d'aquest problema, vàrem voler documentar-nos i escoltar opinions dels ciutadans de peu respecte a aquest possible error de l'organització social. Per reflectir la nostra busqueda hem fet un documental imitant la metodologia que segueix el programa de Salvados basant-nos en aquest tema tan complex. Al nostre parer, la seva opinió no està tan allunyada de la nostra concepció de realitat però com no tenim el suficient coneixement, hem considerat més oportú escoltar l'opinió de la nostra societat.


lunes, 16 de diciembre de 2013

Conclusions

Després de gaire bé un mes i mig seguint a Arturo Pérez Reverte podem afirmar que és un bon comunicador, tot i que no estem d'acord amb segons quines coses. Aquestes les esmentarem a continuació.

Primer de tot, pensem que utilitza un vocabulari, a vegades, massa col·loquial i despectiu. D'aquesta manera podem afirmar que es dirigeix a un públic en concret. Tot i que no ens podem referir a tots els llibres, creiem que alguns d'ells utilitzen un vocabulari que fa més fàcil la lectura que no pas el que utilitza en els articles. 

En segon lloc, no està present en totes les xarxes socials, ja que l'única que utilitza diàriament és el Twitter. Cal destacar que vam tenir un problema, ja que vam començar a seguir a un fals Arturo Pérez Reverte pel Facebook. Vam veure que era la pàgina que tenia més seguidors i quan ens vam posar a analitzar-la ens vam adonar que no era seu. A partir d'aquí pensem que no és massa actiu en xarxes socials, especialment en Facebook, perquè no s'ha adonat d'aquest fet i el seu verdader compte no el te suficientment actiu per a tenir el màxim de seguidors.

Per últim, ens hem observat que és un personatge molt culte i amb una llarga trajectòria, com bé hem explicat a la biografia, i això fa que la seva escriptura sigui molt rica, tant d'escriptor com d'orador.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Article 5: Un cigarrillo en Sodoma


Caminas por Madrid, en plena huelga de limpieza. Calles hechas una lástima, papeleras volcadas, suciedad desparramada por el suelo. Apropiada imagen, o fiel metáfora, de la España que tenemos y la que vamos a tener. Turistas asombrados haciendo fotos del desolador paisaje de desperdicios. Piquetes informativos -no hay eufemismo más idiota que ese informativos- vaciando contenedores de basura en mitad de la calle, aunque la basura no tenga relación directa con el asunto. Hace diez minutos, en un parque infantil con toboganes y columpios, acabas de ver a dos energúmenos, provistos de bolsas cogidas de un contenedor, cubrir de porquería la arena donde juegan los niños. Hacerlo con toda tranquilidad, metódica y deliberadamente, mientras, de la veintena de personas que andabais por allí, sólo una señora de cierta edad, una chica joven y tú mostrabais desaprobación. Y la respuesta de uno de esos animales fue para retenerla en mármol: «Que se jodan. Otros niños pasan hambre y no pueden jugar». Una de esas escenas, en fin, que de no saber, como sabes, que varios piqueteros detenidos estos días no son trabajadores de las empresas en huelga, sino camorristas agregados como refuerzo por algún sindicato del langostino, te haría desear, instintivamente, que a los huelguistas les dieran bien por la retambufa, hasta partírsela. Lo que pasa es que tienes la certeza de que los huelguistas -me refiero a los honrados de verdad, no a esos miserables del parque infantil- tienen razón, que el Ayuntamiento y las empresas pretenden jugarles a los limpiadores la trampa del chino, y que de alguna forma hay que plantar cara y decir basta. Así que te resignas, una vez más, a ser rehén de los desesperados frente a los golfos de siempre.

Todo eso, claro, te hace estar de mal humor. Caminas sorteando desperdicios, maldiciendo para tus adentros en arameo. Acabas de pisar una fruta pocha que estaba en la acera, resbalándote la suela del zapato, en un tris de darte un leñazo de escayola y seis meses. Ya te ves fotografiado por la Nikon de un turista japo en su álbum familiar de Kyoto o de Hiroshima, o de cómo se llame el sitio: tú tirado en el suelo sobre un montón de basura, deslomado, mientras un tal Tadamichi Kuribayashi le dice a su cuñado mientras beben sake: mira qué cara de gilipollas se les pone a los españoles cuando resbalan y se pegan una hostia. Así que, como eres mediterráneo y tienes cierta facilidad barroca para el desahogo verbal, alzas el rostro hacia una altura conveniente y reniegas en voz alta y clara de la huelga de limpieza, de la basura, del ayuntamiento, del relaxing cup de café con leche, del imperio del sol naciente y de la madre que lo parió. Y luego, ya tomada carrerilla, extiendes la cosa blasfematoria a las cuevas de Altamira, a la dama de Elche, a Santiago Matamoros, a la España de Quevedo y la de Galdós, al ministro Montoro -cualquier ocasión es buena para blasfemar sobre ese tío-, al retablo de San Prepucio y al copón de Bullas. Y acabas deseando que llueva napalm y que de una vez nos vayamos todos, ya que tanto nos empeñamos, a tomar por saco. 

Es ésas andas, como digo. Calentándote sobre la marcha, con los ojos inyectados en sangre y aire homicida, de manera que si en ese momento encontrases al paso una armería, igual te metías dentro, te llenabas los bolsillos de cartuchos y al rato salías en los periódicos en plan Rambo, pumba, pumba, lo que hace la edad, al Reverte se le fue la olla e hizo un pleno al quince. Y así andas, desolado, cuando ante un semáforo en rojo ves a un hombre joven que fuma. Lleva una chaqueta sin corbata y sostiene en la otra mano un maletín negro. Sus zapatos están limpios. Está parado junto a una papelera a la que algún piquete informativo informó arrancando de su soporte, del que sólo queda en pie la carcasa. Papelera rota y contenido están tirados por el suelo. El hombre joven sigue fumando tranquilo entre toda aquella suciedad, esperando que se ponga en verde la luz del paso de peatones. Y en un momento determinado, consumido el cigarrillo, se vuelve con la colilla entre los dedos, mirando incómodo la basura que lo rodea. Y al ver el pequeño cenicero que la carcasa de la papelera rota todavía conserva encima, lo apaga ahí con mucho cuidado, pulcramente, dejando la colilla antes de cruzar el paso de peatones, que ya está en verde. Y tú te lo quedas mirando con admiración mientras se aleja, consolado de pronto como si un analgésico te recorriese las venas. Reconciliado con el mundo, con Madrid y con la vida, porque hoy has visto a un hombre bueno fumando un cigarrillo en una calle de Sodoma.    
En aquest article parla de la vaga que va tenir lloc a la capital d'Espanya, Madrid, durant 13 dies " Calles hechas una lástima, papeleras volcadas, suciedad desparramada por el suelo. Apropiada imagen, o fiel metáfora, de la España que tenemos y la que vamos a tener. " . Parla dels turistes que només es dediquen a fer fotografies de la situació, com si el que està passant no anes amb ells, com si no fos també un problema seu. Admira i es sorprèn d'aquella gent a la qual li és igual el que està passant, el seu dia a dia no ha canviat " Y así andas, desolado, cuando ante un semáforo en rojo ves a un hombre joven que fuma. Lleva una chaqueta sin corbata y sostiene en la otra mano un maletín negro. Sus zapatos están limpios. Está parado junto a una papelera a la que algún piquete informativo informó arrancando de su soporte, del que sólo queda en pie la carcasa. Papelera rota y contenido están tirados por el suelo. El hombre joven sigue fumando tranquilo entre toda aquella suciedad, esperando que se ponga en verde la luz del paso de peatones. Y en un momento determinado, consumido el cigarrillo, se vuelve con la colilla entre los dedos, mirando incómodo la basura que lo rodea. Y al ver el pequeño cenicero que la carcasa de la papelera rota todavía conserva encima, lo apaga ahí con mucho cuidado, pulcramente, dejando la colilla antes de cruzar el paso de peatones, que ya está en verde. Y tú te lo quedas mirando con admiración mientras se aleja, consolado de pronto como si un analgésico te recorriese las venas." També veu els responsables del desastre, que tot i no formar part dels encarregats de la neteja de la ciutat, embruten els carrers, fa especialment èmfasi a un parc de nens.

martes, 10 de diciembre de 2013

Article 4: Ese tenorio machista

En blogs interneteros y sitios así, algunas militantes de la rama ultrarradical feminazi -no mezclar ni agitar con las feministas respetables, cultas, razonables, de infantería- echan espumarajos de indignación porque, en este noviembre que ya fenece, ha vuelto a representarse el tradicional Don Juan Tenorio en algunos teatros españoles. Argumentan las individuas que la famosa obra teatral de Zorrilla está protagonizada por un chulo machista y violento, un misógino desalmado que medra con la mentira, el engaño y la seducción de mujeres desvalidas; y cuya alma, para más Inri, acaba salvándose in artículo mortis gracias al amor puro y los buenos oficios de la dulce e inocente doña Inés. O sea, que ni siquiera el desenlace proporciona a la espectadora concienciada el consuelo final de ver al infame seductor ardiendo en los infiernos.
Recomiendan las antedichas radicalfeminatas, con esa deslumbrante facilidad para la simpleza sin complejos que a algunas de ellas adorna, que el Tenorio -«Pesadilla recurrente», lo llaman- no se vuelva a representar en jamás de los jamases. «El personaje es machista hasta el ridículo», afirma por escrito una de ellas, añadiendo -con cierta dislexia sintáctica, dicho sea de paso-: «Es el prototipo de aquello que buena parte de la ciudadanía queremos erradicar: la actitud chulesca, el desprecio a las mujeres, la exaltación de algo a lo que llaman amor hasta la muerte... Forma parte de una tradición que habría que desterrar de una vez por todas».
Uno, modestamente, conoce un poco el Tenorio. Desde niño. Entre otras cosas, porque mi abuela materna -a la que ninguna feminista de hoy podría dar clases de lucidez, cultura e independencia personal e intelectual- me lo recitaba a menudo, pues lo sabía de memoria, como casi toda la gente educada de su generación. Después, que yo recuerde, lo he visto innumerables veces, tanto en el añoradoEstudio 1 de la tele como a lo vivo en teatros, representado por Armando Calvo, Fernando Guillén, Sancho Gracia, Juan Diego y otros -todos, en realidad- grandes actores de cada momento, con mujeres extraordinarias como Gemma Cuervo, Emma Cohen o Concha Velasco dándoles la replica en el papel de doña Inés. Quiero decir con esto que llevo cincuenta años de mi vida oyendo decir «Cuán gritan esos malditos», y algo me suena su materia: la ironía, la vanidad, la vileza, el orgullo, la culpa, el castigo, la redención, el honor ridículo y trasnochado. También, claro, los estereotipados personajes, la imperfección del verso, los ripios infames, lo antipático del protagonista y sus amigos. Esa clase de cosas. Y sobre todo, la certeza absoluta de que en esa obra teatral a menudo torpe, tópica de sí misma, late también algo genial que la hizo famosa y que todavía hoy le permite, ante cualquier clase de público, subyugar y divertir como pocas. La inmensa intuición dramática de Zorrilla, el instinto narrativo que circula bajo la piel de cada torpe y facilón verso del Tenorio, lo convirtieron en la obra de teatro más conocida y representada en la historia del teatro español. Un clásico indiscutible, incluso a pesar suyo. Historia inmortal de la escena dramática.
No hay nada más estúpido que mirar el pasado sólo con los exclusivos ojos del presente. Don Juan Tenorio, que recogió eficazmente una tradición literaria clásica, poniéndola al día con un deslumbrante barniz de romanticismo populista para el gran público del siglo XIX, debe ser vista como lo que es, o fue, y disfrutada en su contexto. Ya no existen donjuanes a lo Zorrilla, por fortuna hasta para ellos mismos, porque son, efectivamente, ridículos. Y eso es lo que hace aún más interesante comprobar, en el teatro o fuera de él, cómo esos personajes eran vistos en el pasado. Ésa es, creo, la única forma de encarar con criterio lúcido los cambios necesarios del presente: desde un punto de vista culto, conocedor del asunto, y no desde clichés fáciles y lugares comunes que apenas disimulan la ignorancia y la indigencia intelectual de quienes tras ellos se escudan. Pretender que se proscriba el Tenorio por machista es como pedir que, por el mismo motivo, se proscriban el tango, la copla, el corrido o el bolero. Por las mismas imbéciles razones habría que desterrar de la vida, la educación y la cultura, entre otras muchas cosas, gran parte del teatro y la poesía españoles del Siglo de Oro, los dramas románticos o el teatro y las novelas de Jardiel Poncela. Por ejemplo. Y tampoco el Quijote se libraría del expurgo. Ni, por supuesto, la poesía extraordinaria, crisol fascinante de la lengua española, de aquel despiadado y genial misógino que fue don Francisco de Quevedo.

Arturo Pérez-Reverte en aquest article defensa que la representació teatral de Don Tenorio s'hauria de seguir representant per molt que les feministes radicals considerin que aquest personatge simbolitza tot allò que la nostra societat vol suprimir: una imatge de l'home "chulo" i el despreci de les dones. Contràriament, ell opina que aquesta obra no es pot mirar amb ulls de present sinó que s'ha de contextualitzar en l'època en què es va escriure, i consegüentment formar part de la reconstrucció de la història espanyola.

Al nostre parer, considerem que tot i que, potser, és cert que Don Juan Tenorio és el prototipo d'home masclista, com bé opina Arturo Pérez-Reverte, aquesta novel·la forma part de la nostra història. A més a més, considerem que la historia ens ha fet arribar on som avui en dia, i que històries com aquestes han fet que la situació de la dona hagi millorat consideradament. Per tant, prohibir la representació d'aquesta obra és equivalent a esborrar moments de la nostra historia que ens podem servir com a record i així seguir lluitant. Actualment, pot ser, el Don Juan Tenorio de la nostra societat podria ser equivalent a la taxa de violència de gènere i trobem que en un futur aquestes dades no es podrien eliminar, ja que són realitats que ens ajuden a avançar.


sábado, 7 de diciembre de 2013

Article 3 "El perro antisistema"

XLSemanal - 18/11/2013

Tengo la foto delante, mientras tecleo esto. Y me encanta. Ha sido tomada en una calle de Atenas, pero podría haber ocurrido en cualquier lugar de Europa; o, al menos, en no importa qué lugar de la Europa indignada, furiosa, que en los últimos tiempos, harta de tanto cuento, tanto recorte y tanta indecencia oficial, se echa a la calle, cada vez con más energía, para ajustar cuentas, o intentarlo, con la clase política y financiera: con los responsables últimos -los primeros, tampoco hay que olvidarlo, somos nosotros mismos- de la trampa siniestra en la que desde hace tiempo estamos metidos. Para escupir con dureza en la cara de esa casta desvergonzada, intocable en sus infames privilegios, que ha hecho de nuestras vidas su negocio y de Bruselas su criminal coartada.

La imagen tiene mucha fuerza. Muestra la primera línea de una manifestación violenta, de ésas con lanzamiento de piedras, barricadas y contenedores de basura incendiados. Está tomada de frente, desde el lado de la policía, abarcando el despliegue de manifestantes que se enfrentan a los antidisturbios: pañuelos cubriendo la cara, pasamontañas, cascos de motorista, sudaderas de felpa con la capucha subida. Algunos, prevenidos hasta lo profesional, llevan máscaras antigás, y al fondo tremolan algunas banderas rojas. El suelo entre ellos y los policías está alfombrado de piedras y trozos de ladrillo que acaban de volar por los aires. En realidad es una foto de guerra, pienso al mirarla. De esta otra guerra cercana, fruto natural de tantas mentiras, incompetencia, latrocinios e injusticias, que hace tiempo estalló en nuestras ciudades y corazones, y que canallas encorbatados se esfuerzan en negar, en desmentir, con sonrisas hipócritas, retórica imbécil y palabras huecas que a pocos lúcidos engañan.
El perro está en esa primera línea. Es un chucho de pelaje dorado y hocico flaco, y sin duda su amo es alguno de los manifestantes que, más próximos a él, se enfrentan a los policías: no sé si el que lleva puesto un casco de motorista o el que, a la izquierda de la imagen, se mueve medio agachado con una máscara antigás ocultándole el rostro y una bandera roja recogida en la mano. El perro está casi entre ambos, también en movimiento, abiertas las patas para plantarlas con coraje en el suelo, algo adelantada una de ellas, subidas las orejas por efecto de la acción. Le ciñe el cuello algo oscuro, que parece un collar o uno de esos pañuelos perroflautas tipo John Wayne. Y mira con resuelta atención hacia donde miran los hombres que están a su lado, entreabierta la boca como para un gruñido o un ladrido de cólera. No parece asustado en absoluto por el tumulto, ni intimidado con el estruendo de los pelotazos de la policía y los gritos de los manifestantes. Está allí, valeroso, firme, corriendo leal junto a su amo, dando la cara en plena refriega como dispuesto, también él, a abalanzarse contra las barreras de la ley y el orden establecidas por los de siempre.
Uno tiene el lacrimal reacio, a estas alturas. Sin embargo, o quizá por eso, consuela comprobar que todavía hay cosas que te remueven otras cosas por dentro. La estampa de ese perro decidido, fiel, enfrentado a la policía sin abandonar a su amo en plena refriega, es una de ellas. Lo miro en la foto y, mientras sonrío, se me ocurre que quizá no esté ahí sólo por eso. A su manera, sin saberlo, puede que ese chucho también libre su propia guerra antisistema. Batiéndose no sólo por su amo, sino por sí mismo. Por sus colegas: cachorrillos regalos de Navidad que meses más tarde acabarán abandonados en una cuneta; por los perros maltratados, apaleados hasta morir por canallas sin conciencia; por los que acaban ahorcados en el monte cuando son viejos, arrojados vivos a un pozo o liquidados de un escopetazo; por los que enloquecen amarrados con dos metros de cadena o mueren de hambre y sed; por los que son sacrificados sin necesidad pudiendo salvarse; por los que nadie reclama y acaban deslizando su sombra por el corredor de la muerte; por los que infames sin escrúpulos utilizan en peleas clandestinas donde se juegan enormes cantidades de dinero; por esos perrillos drogados que, ante la pasividad de las autoridades, algunos mendigos utilizan para mover a piedad y luego se desembarazan oscuramente de ellos... Y sí. Miro la foto del perro antisistema que se enfrenta a la policía en una calle de Atenas y concluyo que tal vez también él tenga cuentas propias que ajustar. Y que todo será más noble y luminoso mientras junto a un hombre que lucha haya un buen perro.

En aquest article Arturo Perez Reverte, un cop més critica la situació actual europea a través d'una fotografia captada a la ciutat d' Atenes en una manifestació. Aquesta, la descriu com una foto de guerra." De esta otra guerra cercana, fruto natural de tantas mentiras, incompetencia, latrocinios e injusticias, que hace tiempo estalló en nuestras ciudades y corazones, y que canallas encorbatados se esfuerzan en negar, en desmentir, con sonrisas hipócritas, retórica imbécil y palabras huecas que a pocos lúcidos engañan."  En aquesta frase, fa referència a la crisi actual duta a terme per polítics corruptes entre d'altres. 
També, fa una reflexió sobre el perquè el gos de la fotografia hauria de queixar-se i anar contra el sistema. Creu que aquest ha de revelar-se en contra de tots els gossos, els que viuen al carrer, els que serán regals de famílies aquest nadal, o simplement, els que deixen abandonats en carreteres secundaries. Per tot això, creu que actalment no només els éssers humans ens hem de queixar, revolucionar i defensar la nostra llibertat i els nostres drets, per últim remarca ,la fidelitat del caní al ésser humà. " Y que todo será más noble y luminoso mientras junto a un hombre que lucha haya un buen perro."


viernes, 6 de diciembre de 2013

Article 2: Historia de España XIII, XIV i XV

Historia de España XIII



En los albores del siglo XIII, el reino de Aragón se hacía rico, fuerte y poderoso. Petronila (una huerfanita de culebrón casi televisivo, heredera del reino) se había casado y comido perdices con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV; así que en el reinado del hijo de éstos, Alfonso II (el que se batió como un tigre en Las Navas), quedaron asentados Aragón y Cataluña bajo las cuatro barras de la monarquía aragonesa. Aquella familia tuvo la suerte de parir un chaval fuera de serie: se llamaba Jaime, fue el primer rey de Aragón con ese nombre, y pasó a la Historia con el apodo de El Conquistadorno por las señoras entre las que anduvo, que también -era muy aficionado a intercambiar fluidos-, sino porque triplicó la extensión de su reino. Hombre culto, historiador y poeta, Jaime I dio a los moros leña hasta en el turbante, tomándoles Valencia y las Baleares, y poniendo en el Mediterráneo un ojo de águila militar y comercial que aragoneses y catalanes ya no entornarían durante mucho tiempo. Su hijo Pedro III arrebató Sicilia a los franceses en una guerra que salió bordada: el almirante Roger de Lauria los puso mirando a Triana en una batalla naval -hasta Trafalgar nos quedaban aún seiscientos años de poderío marítimo-, y en el asedio de Gerona los gabachos salieron por pies con epidemia de peste incluida. La expansión mediterránea catalano-aragonesa fue desde entonces imparable, y las barras de Aragón se pasearon de tan triunfal manera por el que pasó a ser Mare Nostrum que hasta el cronista Desclot escribió -en fluida lengua catalana- que incluso «los peces llevan las cuatro barras de la casa de Aragón pintadas en la cola». Hubo, eso sí, una ocasión de aún mayor grandeza perdida cuando Sancho el Fuerte de Navarra, al palmar, dejó su reino al rey de Aragón. Esto habría cambiado tal vez el eje del poder en la historia futura de España; pero los súbditos vascongados no tragaron, subió al trono un sobrino del conde de Champaña, y la historia de la Navarra hispana quedó por tres siglos vinculada a Francia hasta que la conquistó, incorporándola por las bravas a Aragón y Castilla, Fernando el Católico (el guapo que sale en la tele con la serie Isabel). Pero el episodio más admirable de toda esta etapa aragonesa y catalana de nuestra peripecia nacional es el de los almogávares, las llamadas compañías catalanas: gente de la que ahora se habla poco, porque no era, ni mucho menos, políticamente correcta. Y su historia es fascinante. Eran una tropa de mercenarios catalanes, aragoneses, navarros, valencianos y mallorquines en su mayor parte, ferozmente curtidos en la guerra contra los moros y en los combates del sur de Italia. Como soldados resultaban temibles, valerosos hasta la locura y despiadados hasta la crueldad. Siempre, incluso cuando servían a monarcas extranjeros, entraban en combate bajo la enseña cuatribarrada del rey de Aragón; y sus gritos de guerra, que ponían la piel de gallina al enemigo, eran Aragó, Aragó, y Desperta ferro: despierta, hierro. Fueron enviados a Sicilia contra los franceses; y al acabar el desparrame, los mismos que los empleaban les habían cogido tanto miedo que se los traspasaron al emperador de Bizancio, para que lo ayudaran a detener a los turcos que empujaban desde Oriente. Y allá fueron, 6.500 tíos con sus mujeres y sus niños, feroces vagabundos sin tierra y con espada. De no figurar en los libros de Historia, la cosa sería increíble: letales como guadañas, nada más desembarcar libraron tres sucesivas batallas contra un total de 50.000 turcos, haciéndoles escabechina tras escabechina. Y como buenos paisanos nuestros que eran, en los ratos libres se codiciaban las mujeres y el botín, matándose entre ellos. Al final fue su jefe el emperador bizantino quien, acojonado, no viendo manera de quitarse de encima a fulanos tan peligrosos, asesinó a los jefes durante una cena, el 4 de abril de 1305. Luego mandó un ejército de 26.000 bizantinos a exterminar a los supervivientes. Pero, resueltos a no dar gratis el pellejo, aquellos tipos duros decidieron morir matando: oyeron misa, se santiguaron, gritaron Aragó y Desperta ferro, e hicieron en los bizantinos una matanza tan horrorosa que, según cuenta el cronista Muntaner, que estaba allí, «no se alzaba mano para herir que no diera en carne». Después, ya metidos en faena, los almogávares saquearon Grecia de punta a punta, para vengarse. Y cuando no quedó nada por quemar o matar, fundaron los ducados de Atenas y Neopatria, y se instalaron en ellos durante tres generaciones, con las bizantinas y tal, haciendo bizantinitos hasta que, ya más blandos con el tiempo, los cubrió la marea turca que culminaría con la caída de Constantinopla. (Continuará).

Historia de España XIV


En la España cristiana de los siglos XIV y XV, como en la mora (ya sólo había 5 reinos peninsulares: Portugal, Castilla, Navarra, Aragón y Granada), la guerra civil empezaba a ser una costumbre local tan típica como la paella, el flamenco y la mala leche -suponiendo que entonces hubieran paella y flamenco, que no creo-. Las ambiciones y arrogancia de la nobleza, la injerencia del clero en la vida política y social, el bandidaje, las banderías y el acuchillarse por la cara, daban el tono; y tanto Castilla como Aragón, con su Cataluña incluida, iban a conocer en ese período unas broncas civiles de toma pan y moja, que ya contaremos cuando toque; y que, como en episodios anteriores, habrían proporcionado materia extraordinaria para varias tragedias shakesperianas, en el caso de que en España hubiéramos tenido ese Shakespeare que para nuestra desgracia -y vergüenza- nunca tuvimos. Ríanse ustedes de Ricardo III y del resto de la británica tropa. Hay que reconocer, naturalmente, que en todas partes se cocían habas, y que ni italianos ni franceses, por ejemplo, hacían otra cosa. La diferencia era que en la península ibérica, teóricamente, los reinos cristianos tenían un enemigo común, que era el Islam. Y viceversa. Pero ya hemos visto que, en la práctica, el rifirrafe de moros y cristianos fue un proceso complicado, hecho de guerras pero también de alianzas, chanchullos y otros pasteleos, y que lo de Reconquista como idea de una España cristiana en plan Santiago cierra y tal fue cuajando con el tiempo, más como consecuencia que como intención general de unos reyes que, cada uno por su cuenta, iban a lo suyo, en unos territorios donde, invasiones sarracenas aparte, a aquellas alturas tan de aquí era el moro que rezaba hacia la Meca como el cristiano que oraba en latín. Los nobles, los recaudadores de impuestos y los curas, llevaran tonsura o turbante, eran parecidísimos en un lado y en otro; de manera que a los de abajo, se llamaran Manolo o Mojamé, como ahora en el siglo XXI, siempre los fastidiaban los mismos. En cuanto a lo que algunos afirman de que hubo lugares, sobre todo en zona andalusí, donde las tres culturas -musulmana, cristiana y judía- convivían fructíferamente mezcladas entre sí, con los rabinos, ulemas y clérigos besándose en la boca por la calle, hasta con lengua, más bien resulta un cuento chino. Entre otras cosas porque las nociones de buen rollito, igualdad y convivencia nada tenían que ver entonces con lo que por eso entendemos ahora. La idea de tolerancia, más o menos, era: chaval, si permites que te reviente a impuestos y me pillas de buenas, no te quemo la casa, ni te confisco la cosecha, ni violo a tu señora. Por supuesto, como ocurrió en otros lugares de frontera europeos, la proximidad mestizó costumbres, dando frutos interesantes. Pero de ahí a decir (como Américo Castro, que iba a otro rollo tras la Guerra Civil del 36) que en la Península hubo modelos de convivencia, media un abismo. Moros, cristianos y judíos, según donde estuvieran, vivían acojonados por los que mandaban, cuando no eran ellos; y tanto en la zona morube como en la otra hubo estallidos de violento fanatismo contra las minorías religiosas. Sobre todo a partir del siglo XIV, con el creciente radicalismo atizado por la cada vez más arrogante Iglesia católica, las persecuciones contra moros y judíos menudearon en la zona cristiana (hubo un poco en todas partes, pero los navarros se lo curraron con verdadero entusiasmo en plan Sanfermines, asaltando un par de veces la judería de Pamplona, y luego arrasando la de Estella, calentados por un cura llamado Oillogoyen, que además de estar como una cabra era un hijo de puta con balcones a la calle). En cualquier caso, antijudaísmo endémico aparte -también los moros daban leña al hebreo-, las tres religiones y sus respectivas manifestaciones sociales coexistieron a menudo en España, pero nunca en plan de igualdad, como afirman ciertos buenistas y muchos cantamañanas. Lo que sí mezcló con la cristiana las otras culturas fueron las conversiones: cuando la cosa era ser bautizado, salir por pies o que te dejaran torrefacto en una hoguera, la peña hacía de tripas corazón y rezaba en latín. De ese modo, familias muy interesantes, tanto hebreas como mahometanas, se pasaron al cristianismo, enriqueciéndolo con el rico bagaje de su cultura original. También intelectuales doctos o apóstoles de la conversión de los infieles estudiaron a fondo el Islam y lo que aportaba. Tal fue el caso del brillantísimo Ramón Llull: un niño pijo mallorquín al que le dio por salvar almas morunas y llegó a escribir, el tío, en árabe mejor que en catalán o en latín. Que ya tiene mérito.


Historia de España XV 

A los incautos que creen que los últimos siglos de la reconquista fueron de esfuerzo común frente al musulmán hay que decirles que verdes las han segado. Se hubiera acabado antes, de unificar objetivos; pero no fue así. Con los reinos cristianos más o menos consolidados y rentables a esas alturas, y la mayor parte de los moros de España convertidos al tocino o confinados en morerías (en juderías, los hebreos), la cosa consistió ya más bien en una carrera de obstáculos de reyes, nobles y obispos para ver quién se quedaba con más parte del pastel. Que iba siendo sabroso. Como consecuencia, las palabras guerra y civil, puestas juntas en los libros de Historia, te saltan a la cara en cada página. Todo cristo tuvo la suya: Castilla, Aragón, Navarra. Pagaron los de siempre: la carne de lanza y horca, los siervos desgraciados utilizados por unos y otros para las batallas o para pagar impuestos, mientras individuos de la puerca catadura moral, por ejemplo, del condestable Álvaro de Luna, conspiraban, manipulaban a reyes y príncipes y se hacían más ricos que el tío Gilito. El tal condestable, que era el retrato vivo del perfecto hijo de puta español con mando en plaza, acabó degollado en el cadalso -a veces uno casi lamenta que se hayan perdido ciertas higiénicas costumbres de antaño-; pero sólo era uno más, entre tantos (y ahí siguen). De cualquier modo, puestos a hablar de esos malos de película que aquella época dio a punta de pala, el primer nombre que viene a la memoria es el de Pedro I, conocido por Pedro el Cruel: uno de los más infames -y de ésos hemos tenido unos cuantos- reyes y gobernantes que en España parió madre. Este fulano metió a Castilla en una guerra civil en la que no faltaron ni brigadas internacionales, pues intervinieron tropas inglesas a su favor, nada menos que bajo el mando del legendario Príncipe Negro, mientras que soldados franchutes de la Francia, mandados por el no menos notorio Beltrán Duguesclin, apoyaban a su hermanastro y adversario Enrique de Trastámara. La cosa acabó cuando Enrique le tendió un cuatro (como dicen en México) a Pedro en Montiel, lo cosió personalmente a puñaladas, chas, chas, chas, y a otra cosa, mariposa. Unos años después, y en lo que se refiere a Portugal -del que hablamos poco, pero estaba ahí-, el hijo de ese mismo Enrique II, Juan I de Castilla, casado con una princesa portuguesa heredera del trono, estuvo a punto de dar el campanazo ibérico y unir ambos reinos; pero los portugueses, que iban a su propio rollo, y eran muy dueños de ir, eligieron a otro. Entonces, Juan I, que tenía muy mal perder, los atacó en plan gallito con un ejército invasor; aunque le salió el tiro por la culata, pues los abuelos de Pessoa y Saramago le dieron las suyas y las del pulpo en la batalla de Aljubarrota. Por esas fechas, al otro lado de la península, el reino de Aragón se convertía en un negocio cada vez más próspero y en una potencia llena de futuro: a Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca se fueron uniendo el Rosellón, Sicilia y Nápoles, con una expansión militar y comercial que abarcaba prácticamente todo el Mediterráneo occidental: los peces con las famosas barras de Aragón en la cola. Pero el virus de la guerra civil también pegaba fuerte allí, y durante diez largos años aragoneses y catalanes se estuvieron acuchillando por lo de siempre: nobles y alta burguesía -dicho de otro modo, la aristocracia política eterna-, diciéndose yo quiero de rey a éste, que me hace ganar más pasta, y tú quieres a ése. Mientras tanto, el reino de Navarra (que incluía lo que hoy llamamos País Vasco) también disfrutaba de su propia guerra civil con el asunto del príncipe de Viana y su hermana doña Blanca, que al fin palmaron envenenados, con detalles entrañables que dejan chiquita la serie Juego de tronos. Navarra anduvo entre Pinto y Valdemoro, o sea, entre España y Francia, dinastía por aquí y dinastía por allá, hasta que en 1512 Fernando de Aragón la incorporó por las bravas, militarmente, a la corona española. A diferencia de los portugueses en Aljubarrota, los navarros perdieron la guerra y su independencia, aunque al menos salvaron los fueros -todos los estados europeos y del mundo se formaron con aplicación del mismo artículo catorce: si ganas eres independiente; si pierdes, toca joderse-. Eso ocurrió hace cinco siglos justos, y significa por tanto que los vascos y navarros son españoles desde hace sólo veinte años menos que, por ejemplo, los granadinos; también, por cierto, incorporados manu militari al reino de España, y que, como veremos en el siguiente capítulo, si es que lo escribo, lo son desde 1492.

En aquests articles Arturo Pérez Reverte explica la història d'Espanya, com bé diu el títol, des del casament de Petronila amb el comte de Barcelona Ramón Berenguer IV fins la guerra civil de Navarra. Sempre amb les seves paraules, utilitzant vocabulari que a vegades arriba a semblar despectiu o massa col·loquial pel tema que està tractant, com per exemple "una huerfanita de culebrón casi televisivo" o "Hubo, eso sí, una ocasión de aún mayor grandeza perdida cuando Sancho el Fuerte de Navarra, al palmar, dejó su reino al rey de Aragón.". A més a més sempre parla en tercera persona del plural, com si ell hagués format part d'aquesta història en el seu moment, com per exemple, "...habrían proporcionado materia extraordinaria para varias tragedias shakesperianas, en el caso de que en España hubiéramos tenido ese Shakespeare que para nuestra desgracia -y vergüenza- nunca tuvimos.".


miércoles, 4 de diciembre de 2013

Article 1: Putas, chulos y ayuntamientos

XLSemanal - 4/11/2013
Nunca fui muy de putas. Y sigo sin serlo. Eso no es obstáculo para que en otros tiempos azarosos las tratara bastante. Las putas y su ambiente era un territorio por el que te movías a menudo con los compañeros, entre otras cosas porque tras una dura jornada laboral en Yamena, Managua, Beirut o Sarajevo, con los malos -a ese nivel nunca había buenos- pegándote cebollazos, al llegar la noche había pocas posibilidades de que la marquesa Casati te invitara a tomar el té en su residencia del lago de Como. Quiero decir que conozco el percal: estoy en el mundo, tengo amigos y recuerdos. De cuando, siendo joven plumilla, iba a escuchar al Príncipe Gitano -Cariño de legionario y todo eso- en un club de la Gran Vía de Madrid, o del año que pasé frecuentando el cabaret de Pepe el Bolígrafo en El Aaiún, por citar dos casos, data mi afectuoso conocimiento de aquellas putas estilo franquista, con traje de noche, que te llamaban niño e hijo mío mientras vaciaban sus copas en el cubo del hielo. Del nuevo estilo puticlub y polvete ucraniano tengo menos información, aunque lo imagino. Y cuando en Madrid paso por la calle Montera, el paisanaje salta a la vista. Tengo datos, vamos. Motivos para rajar.

Las ordenanzas municipales más recientes, tanto en Madrid como en otros lugares de España, tienden a combatir la prostitución acosando al cliente: multa al que pillen arrimándose a una lumi. Un padre de familia al que apetezca darse un homenaje puede ver enturbiada su pequeña fiesta por un guardia que levante acta. Eso tiene sus peligros, claro. Uno es acabar como en Estados Unidos, joya de la hipocresía sexual, donde te acercas a una señora, preguntas cuánto y te pone las esposas porque es una policía camuflada. Imaginen, conociendo este país, lo que puede ocurrir cuando la necesidad apriete a los ayuntamientos: todos los guardias a la calle, vestidos de putas y de chaperos, a recaudar como locos. El descojone.
La prostitución, masculina o femenina, es vieja como el mundo. No habrá quien la erradique mientras existan hambre, miseria o ambición, y haya de por medio un cuerpo atractivo para negociar precio y asunto. Lo demás son milongas, fariseísmos oficiales y charlatanería de imbéciles que excretan agua bendita. La única opción realista sería legalizar el uso del propio chichi, o equivalentes, cuando es acto deliberado y voluntario. Eso se hace en países serios de Europa, con resultados razonables; y es la única forma de que una actividad inevitable se realice con garantías sanitarias y legales, en un marco de derechos y libertades de la gente metida en el ajo, propio de una sociedad inteligente y avanzada.
Utilizar al cliente como cabeza de turco o chivo recaudatorio es injusto, e inútil. Tampoco la prostituta, cuando ejerce de su grado, debería ser molestada por ello, sino protegida y garantizados sus derechos y su salud. En quien debería centrarse el rigor de una sociedad decente y segura de sí, es en el proxeneta: el canalla que manipula, extorsiona y explota, lucrándose con la miseria, el miedo, la necesidad. Ahí es donde las ordenanzas municipales y la Justicia deberían actuar, severísimas. Y es lo que no ocurre. Aparte los proxenetas nacionales, que abundan, el buenismo estúpido que aquí legisla en lugar de la razón práctica, el coladero de nuestras leyes, convierten a España en paraíso de los que acuden frotándose las manos. Quien esclaviza a mujeres u hombres, si no tiene otras cuentas pendientes, está en la calle al poco tiempo, sin problemas. También ellos merecen una oportunidad, se argumenta. Arrepentimiento y tal. Reinserción social. Mientras te preguntas, boquiabierto, cómo se reinserta un animal con tatuajes hasta en el ciruelo, con antecedentes policiales en más de media Europa hasta que, para su felicidad y confort, acabó instalándose en este país de gilipollas llamado España.
Y prepárense. Si Eurovegas -proyecto quizá necesario por otras razones- acaba instalándose aquí, el efecto llamada será formidable. Vendrá gentuza a chorros, y con ella proxenetas y redes de prostitución de todo nivel y pelaje. Y esta España nuestra, ambigua, irreal, llena de complejos, no está preparada para cierta clase de desafíos. Las leyes, el deficiente ejercicio de la justicia, la falta de reacción oficial ante cierta clase de violencias, son un juego de niños para esa tropa acostumbrada a lidiar en lugares mucho más broncos. Se harán los amos, sin duda. Delincuentes en general y proxenetas en particular. Y mientras, los policías municipales, en nombre de la moral y la decencia pública, multarán al pobre diablo al que pillen hablando con la infeliz mujer de la esquina.    

En aquest article, Arturo Pérez-Reverte, ens parla sobre la prostitució i la manera de legalitzar-la. Quan parla sobre els països on s'ha legalitzat diu que el resultat ha estat raonable i això és molt discutible. És més, els països on s'ha legalitzat ha augmentat el tràfic de blanques, és a dir, esclavisme.
Quan es parla de regularitzar la prostitució no es parla de fer legal l'explotació sexual de ningú. Si no de fer fiscalment legal la situació d'aquelles persones que, lliurement, vulguin dedicar-se a treballar mitjançant el sexe. És a dir, que la persona que es dedica a la prostitució perquè així ho ha volgut, pugui cotitzar, pagar els seus IVAs i altres, en lloc d'estar en aquesta espècie de contorn fiscal en la qual es troben. Perquè prostituir-se per lliure decisió no és il·legal a Espanya, però no existeix un règim fiscal que tingui en compte a aquestes persones.
Una claredat absoluta que diu l'autor: "En quien debería centrarse el rigor de una sociedad decente y segura de sí, es en el proxeneta: el canalla que manipula, extorsiona y explota, lucrándose con la miseria, el miedo, la necesidad. Ahí es donde las ordenanzas municipales y la Justicia deberían actuar, severísimas. Y es lo que no ocurre." Estem totalment d'acord.